Si por algo nos caracterizamos en “Almería Tendencias” es por nuestra afición a la buena gastronomía. En cualquiera de sus variantes (tradicional o innovadora) tenemos buen saque. Pues bien, ha llegado el momento de bajar esas tapitas, tostadas y arroces. Hoy nos toca quemar también esas calorías presentes en destilados, zumos de uva fermentados o de cebada.
Tomaremos la carretera N-340 dirección Murcia y nos desviaremos en el cruce de Lucainena de las Torres, su vía verde es el destino de nuestra excursión. En 2009 se recuperó este antiguo trazado minero que, entre los años 1896 y 1942, unió el municipio con Agua Amarga, 36 kilómetros por lo que se transportaba el mineral extraído en los criaderos ubicados en el casco urbano.
A la entrada del municipio a mano izquierda encontramos la antigua estación de ferrocarril, en este punto comienza nuestro trayecto cobijados por sierra de Alhamilla y perseguidos por la sinuosa rambla de Lucainena. 5,5 kilómetros que podemos hacer a pie, en bicicleta o a caballo. Es apto para personas con movilidad reducida
Para mi fue un alivio emprender este camino, necesitaba contacto directo con la naturaleza, necesitaba dejar atrás y cuanto antes, el sonido odioso de eso que llaman “electro latino” y que salía de un cortijo (al parecer alquilado por unos jóvenes para pasar el fin de semana). Rápidamente pude reconciliarme con la juventud en su conjunto y hasta olvidar el incidente, al adentrarme por un sendero donde las paletas, olivos, almendros e higueras salen a tu paso. El rumor del campo con el canto de los pájaros, el viento barriendo las hojas secas y el paso de nuestros pies por la tierra, hicieron el resto.
En apenas dos kilómetros nos encontramos el Mirador del Algarrobo, árbol que da sombra a un rincón encantador acondicionado con asientos y aparcamientos de bicicletas donde descansar en el caso de que estemos poco entrenados en la práctica del senderismo. A partir del tercer kilómetro, tal y como dice el folleto de información “la vía se convierte en un mirador a la rambla de Lucainena” donde se precipitan vertiginosamente barranqueras que aún conservan los efectos de las pasadas lluvias torrenciales.
A mitad del recorrido tenemos otra área de descanso, enclave que nos ofrece unas bonitas vistas, agua potable y unas mesas que invitan a sacar la merienda. Continuemos porque el recorrido aún nos depara más sorpresas como el viejo acueducto que parece observar el ir y venir de personas y que entiendo, ha estado en funcionamiento hasta hace bien poco.
Personalmente creo que lo mejor de todo el sendero está al final, sobre el kilómetro cinco se erige un alto puente que cruza la rambla de Morales. Conforme avanzamos, entre cortijadas abandonadas, techos caídos, puertas abiertas… Apreciamos cómo se va alejando la presencia del ser humano. Mi enclave favorito está justo al final, una fotografía perfecta de las ruinas del cortijo de las Tejas y frente a ellas, los restos del molino de agua (comúnmente llamado noria) que lo abastecía.
Mientras enfocaba mi cámara pensaba en cómo se alteraban las vidas de los moradores de esas viviendas cuando el tren del mineral rompía su rutina: niños asomados a las pequeñas ventanas entre gritos y risas, agricultores levantando la vista de sus labores en las huertas, pastores llamando a los perros para reorganizar el rebaño… Y luego imaginé cómo llegó a formar parte del paisaje y de sus vidas, sirviendo de reloj que medía los tiempos y esas mujeres diciendo en la fuente “ya ha pasado el primer tren de la mañana, hora de amasar el pan”.
Como podéis comprobar el entorno nos regala todo tipo de instantáneas que ponen en funcionamiento nuestra imaginación. Una experiencia “natural” beneficiosa para el cuerpo y la cabeza.
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