Conozco bien (por dentro y por fuera) el puerto deportivo de Aguadulce, durante cinco años trabajé allí convirtiéndose, prácticamente, en mi segunda residencia. En algunas ocasiones pienso que más que vivir en sus instalaciones, en aquella etapa, conseguí sobrevivir a ellas. En este tiempo fui testigo de su pérdida de pintura, lustre y reputación. De cómo los bares de “mantel de papel” y dudosas condiciones higiénicas, se imponían a otros proyectos más ambiciosos. De cómo cierta “especie urbana” (que se mueve en coches pintados de colores chillones, cristales tintados y ¿música? excesivamente alta) invadió sus locales. De cómo se cerraba el parking de la explanada o se levantaba la valla para evitar el botellón.
No dudo de todas las posibilidades que ofrece este enclave, como tampoco dudo de la necesidad de acometer un plan integral de actuación donde, en primer lugar, se cambie toda la red de saneamiento y drenaje para posteriormente definir su imagen. Podemos esperar la llegada de un jeque árabe (y eso que en Marbella ha salido rana) o ser realistas y mirar hacia esos negocios que, contracorriente, están revitalizando un decadente puerto deportivo.
Hay iniciativas aisladas muy interesantes que analizaremos poco a poco, en esta ocasión, nos centraremos en ‘Samsara tea & soul’. Samsara es un término relacionado en el budismo con el renacimiento y la reencarnación después de la muerte. Así que haciendo referencia a su significado, podemos decir que el local 3C del puerto deportivo ha vuelto a la vida uniendo acertadamente dos conceptos (que me pierden): el té y el soul.
El interior está cuidado al máximo y una puerta de origen indio preside la entrada, aunque para mi, es un lujo sentarte en la terraza, acomodarse entre sus cojines, y con la vista puesta en los barcos del puerto, poder degustar un buen té aderezado con una canción de, por ejemplo: Ray Charles, The Delfonics, Mary Wells, Aretha Franklin o la letra de cualquier otro artista que suena en su lista de Spotify y que te lleva a conectar la app Shazam para descubrir de quién se trata.
En su carta encontramos: tés ortodoxos (no se sirven en bolsita, lo que nos lleva a pensar que su recolección es manual) y blends (mezclados con frutas, especias, flores…). Dentro de los negros y verdes hay cuatro variedades diferentes, mientras que con el té rojo pu-erh y el blanco, nos dan dos opciones a elegir. También hay rooibos para los que no puedan o no deseen ingerir teína. Cuidan mucho los detalles y yo que me tengo por observadora, me encanta. Para endulzar la infusión azúcar moreno. Además, siempre acompañan los tés de unos pastelitos árabes deliciosos cuya base es (si no me equivoco) harina, almendra, miel y canela.
En cuanto a los batidos naturales, por el momento de toda su oferta, han conquistado mi paladar el de almendras, dátiles y miel, por un lado, y el de manzana y canela, por otro. Según temporada, también hacen zumos naturales que van desde la naranja, mango, plátano, hasta el kiwi o la fresa.
También existe la posibilidad de fumar shisa de diferentes sabores en cachimbas. No puedo entrar a valorar porque en mi etapa universitaria las descubrí y aborrecí al mismo tiempo.
De sus cócteles he probado el mojito de fresa, lógicamente natural, y debo decir que guardo un grato recuerdo de esa copa y del momento en que la tomé: en la sala del interior, compartiendo historias con una buena amiga, llorando de la risa y hasta riéndonos de las penas junto a la voz grave y cavernosa de Leonard Cohen. Si un sitio es capaz de compartir esos instantes de mi vida, por seguro que repetiré.